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Revista Científica INTELIGENCIA |
ESTRATÉGICA |
Culture of peace and conflict management: the case of the negotiation and demobilization process with the Colombian guerrilla
Volumen 1, Número 1, julio - diciembre de 2024, pp. 21-36
e-ISSN (3073-0139). Bogotá, D. C., Colombia
Fecha de recepción: 4/09/2024 | Fecha de aprobación: 26/11/2024
Resumen
Este artículo tuvo como objetivo comprender el impacto del proceso de negociación y desmovilización con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en la promoción de una cultura de paz y la gestión de conflictos, que se hizo desde el análisis de literatura disponible que tratara sobre esta temática, a partir de lo cual se logra caracterizar en términos generales el conflicto armado en Colombia, desde el punto de vista de la historia, procesos de paz anteriores. Igualmente, referirse a los grupos armados organizados y el narcotráfico; también, se abordaron los retos y avances en un contexto de violencia prolongada, para cerrar con información relacionada con la educación para la paz. Se concluye que, aunque la desmovilización de las FARC ha representado un avance significativo hacia la paz en Colombia, aún persisten desafíos importantes que deben ser atendidos desde todas las esferas.
Palabras clave: paz mundial; consolidación de la paz; conflicto armado; fuerzas militares.
Clasificación JEL: F52; H56; J52.
Abstract
The aim of this article was to understand the impact of the negotiation and demobilization process with the guerrilla group of the Revolutionary Armed Forces of Colombia on the promotion of a culture of peace and conflict management, which was done through the analysis of available literature dealing with this topic. From this, it is possible to characterize in general terms the armed conflict in Colombia, from the point of view of history, previous peace processes; also to refer to organized armed groups and drug trafficking; also, the challenges and advances in a context of prolonged violence were addressed, to close with information related to education for peace. It is concluded that although the demobilization of the FARC has represented a significant advance towards peace in Colombia, important challenges still persist that must be addressed from all spheres.
Keywords: world peace; peacebuilding; armed conflict; military forces.
Introducción
La cultura de paz y la gestión de conflictos en Colombia han sido temas de gran relevancia, especialmente en el contexto del proceso de negociación y desmovilización con la otrora Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (en adelante FARC). Este proceso ha sido un esfuerzo significativo para transformar el país que por décadas estuvo marcado por el conflicto armado y violencia, del cual, ocho años después, aún se sienten los rezagos (García-Noguera y Verdugo-Gómez, 2023).
En tal virtud, es preciso mencionar que las raíces de este conflicto se remontan a la época de la violencia bipartidista en el siglo XX y la posterior creación de grupos guerrilleros como las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (en adelante ELN), influenciados por el contexto de la Guerra Fría (Gutiérrez-Quiroga et al., 2020). A esto se le suma la expansión del fenómeno del narcotráfico que exacerbó la violencia, creando un entorno complejo y desafiante para la paz (Rojas-Granada y Cuesta-Borja, 2021).
En los últimos años, la literatura ha destacado los avances y desafíos en la construcción de una cultura de paz en Colombia. La implementación de la Cátedra de la Paz en instituciones educativas ha sido un paso importante para promover valores de convivencia y ciudadanía (Tafur-Villarreal, 2016). Además, estudios recientes han analizado cómo los procesos de negociación y desmovilización han influido en la percepción de la paz y la reconciliación en la sociedad colombiana (Acosta-Oidor et al., 2021).
A pesar de los avances, la construcción de una cultura de paz en Colombia enfrenta retos significativos, entre ellos están la continua presencia de grupos armados organizados y el narcotráfico, que siguen siendo obstáculos importantes para la materialización de la paz, tal es el caso de grupos disidentes de las FARC como la Segunda Marquetalia, que no aceptaron el tratado de paz, retomaron las armas y, por segunda vez, quieren sentarse a la mesa de diálogo con el gobierno de turno (Rodríguez y Escobar-Moreno, 2022).
En resumen, el proceso de negociación y desmovilización con las FARC es un caso emblemático que ilustra tanto los logros como los desafíos en la promoción de una cultura de paz en un contexto de violencia prolongada. La literatura actualizada proporciona una visión integral de estos esfuerzos, subrayando la importancia de la educación y la participación comunitaria en la construcción de la paz.
Por tanto, con la elaboración de este texto se quiere comprender el impacto del proceso de negociación y desmovilización con las FARC en la promoción de una cultura de paz y la gestión de conflictos, para lo cual se abordará la historia del conflicto armado, los procesos de paz anteriores en Colombia, la influencia de los grupos armados organizados y el narcotráfico, así como los retos y avances en la construcción de una cultura de paz en un contexto de violencia prolongada.
Conflicto armado en Colombia: historia, procesos y cultura de paz
Para hacer un acercamiento y una aproximación a los avances en cuanto a cultura de paz y gestión de conflictos en Colombia, es pertinente comenzar por conocer la génisis y el desarrollo de la violencia de manera muy breve, identificando además procesos socioculturales y de crisis que ha vivido esta nación en el último siglo, así como el contexto político e ideológico que experimentó el mundo, y que corresponden a factores externos catalizadores del conflicto interno colombiano con una base importante de información para medir los avances en cuanto a la cultura de paz (Chaparro-Rodríguez, 2017).
Colombia ha vivido una serie de conflictos en el último siglo, generados, por una parte, ante la crisis política y la violencia bipartidista de mediados del siglo XX, motivados también por los coletazos de la guerra fría que generó la expansión de las guerrillas en Latinoamérica, con un libreto marxista-leninista, que le ha provocado además una crisis humanitaria evidenciada principalmente en cuanto al fenómeno de desplazamiento interno, que en Colombia ya alcanza la cifra de 8,6 millones de personas (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados [ACNUR,], 2024). Desde entonces, varios procesos de negociación “algunos de ellos exitosos, otros han fracasado”, y una de las fases de consolidación más difíciles, siguen siendo incompletos, como la reconstrucción de las sociedades después de los conflictos, en un intento de consolidar una cultura de paz estable y duradera.
Quizás, tal situación obedezca a las diferencias políticas entre las élites liberales y conservadoras surgidas desde finales del siglo XIX y que se agudizó desde la tercera década del siglo XX, teniendo su mayor detonante en el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán Ayala[1], el 9 de abril de 1948; teniendo, además, dos ingredientes fusionados al mismo tiempo: 1) las disputas por la tenencia de la tierra por parte de los conservadores y, 2) las radicales posiciones políticas influenciadas por la expansión ideológica del comunismo, no solo en Colombia sino en toda América Latina, desencadenándose otras formas de violencia, que desde ese momento demandaron la necesidad de un abordaje más completo (Vera-Rodríguez, 2018).
Esto aparece en el contexto de la guerra fría, como parte de una confrontación pasiva, iniciada desde el mismo momento en que finalizó la Segunda Guerra Mundial (1945), dándose inicio a una era bipolar: de un lado, la Unión de Repúblicas Soviéticas (URSS) buscaba exportar el comunismo por todo el mundo, y desde la otra orilla los Estados Unidos (EE. UU.) respondía con una política de contención a nivel global para defender el capitalismo, las libertades y la democracia, en contrapeso a las ideas soviéticas.
Al contexto, y los factores externos ya descritos, se suma la época de crisis en la política colombiana, que terminaron por configurar y darle surgimientos a diversos grupos armados: primero, en mayo de 1964, aparecen las FARC como un grupo guerrillero grande y numeroso en hombres y armas, llegando a su pico más alto de crecimiento en el año 2002 con una fuerza que alcanzó los 17.000 hombres (Saumeth-Cadavid, 2004).
Para desmovilizar a este grupo, los gobiernos de turno hicieron muchos intentos y procesos fallidos previos al acuerdo de paz de La Habana; uno de ellos, y muy conocido por la opinión pública nacional e internacional, fue el proceso del Caguán durante la presidencia de Andrés Pastrana Arango (1998-2002), el cual incluyó la desmilitarización de cinco municipios (La Macarena, La Uribe, Vista Hermosa y Mesetas, en el departamento del Meta, y San Vicente del Caguán, en el Caquetá), un vasto territorio colombiano el cual fue utilizado por la guerrilla de las FARC para fortalecerse, emitir sus propios decretos y ejercer la autoridad hacia los pobladores, hasta llegar a convertir la zona en una aparente república independiente; algo que podría apreciarse en el departamento del Cauca, con la diferencia de que allá no existe ninguna zona de distensión acordado (Semana.com, 2024).
Las FARC firmaron un acuerdo de paz en el año 2016, bajo el liderazgo de Rodrigo Londoño Echeverry, alias Timochenko o Timoleón, y de Juan Manuel Santos Calderón, presidente de Colombia en ese momento. Este pacto incluyó la desmovilización, entrega de armas, reparación de víctimas, compromiso de no repetición y reincorporación a la vida social y productiva, no cometer delitos como secuestro, extorsión o reclutamiento de menores, cesar los ataques a la Fuerza Pública y a la población civil, entre otros aspectos. Los puntos de negociación abarcaron la reforma rural integral, participación política, fin del conflicto, solución al problema de las drogas ilícitas, víctimas del conflicto y la implementación, verificación y refrendación del acuerdo (Acuña, 2016).
En el contexto de la desmovilización de las FARC han surgido nuevos grupos disidentes que generan violencia y se han posicionado en regiones para controlar el narcotráfico. Este fenómeno ha empañado los avances en la percepción de paz logrados con el acuerdo, generando desconcierto e incertidumbre en la población colombiana respecto a las expectativas creadas por el proceso de negociación y la firma del acuerdo durante la presidencia de Juan Manuel Santos. Es pertinente analizar críticamente el entorno sociocultural para comprender que, según el Artículo 22 de la Constitución Política de Colombia de 1991, la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento, influenciado por los procesos educativos.
Históricamente todo proceso de paz que conduzca a la desmovilización y el desarme de los actores armados ilegales trae consigo, en la práctica, que el 100% de los combatientes no cumple de manera fiable y estricta los acuerdos para entrar al marco de la legalidad. En este sentido, las FARC en Colombia no son una excepción, el hecho de que un gran número de sus miembros en varios niveles de mando o bases guerrilleras hayan vuelto a tomar las armas para cometer delitos es un aspecto sumamente relevante, de lo cual además resulta importante tomar lecciones aprendidas de procesos de paz llevados a cabo en otras regiones, como Guatemala y El Salvador, ya que el objetivo final del proceso de paz es minimizar el riesgo de reincidencia entre los combatientes, lo que a su vez conduce a un alto nivel de delincuencia común y organizada (Latorre-Restrepo, 2018).
Dicho flagelo de las disidencias, como la Segunda Marquetalia, que hasta ahora lo que ha mostrado es una dispersión de grupos desorganizados y atomizados por todo el territorio nacional, tiene por objeto copar los espacios dejados por la antigua guerrilla de las FARC para apoderarse del negocio del narcotráfico con sus respectivas rutas, hecho que es una realidad y un flagelo creciente, si se tiene en cuenta además que el lucrativo negocio del narcotráfico trae consigo este tipo de organizaciones criminales localizadas en diversas partes del país para proteger sus intereses delictivos.
Grupos armados organizados y narcotráfico en Colombia
Actualmente, ya son pocos los grupos guerrilleros que aún persisten en su accionar insurgente en Colombia, uno de ellos es el ELN, que tuvo sus inicios en julio de 1964, momento desde el cual han desarrollo cualquier tipo de actividades para ganar reconocimiento y simpatizantes dentro de la población (Vargas-Chaparro, 2023).
Esta organización, cuya inspiración fue la Revolución Cubana, a lo largo de su historia se ha caracterizado por tener gran poder político e ideológico, dominio de tierras y cognitivo, al punto de llegar a infiltrarse en cualquier sector de la sociedad, con miras a realizar el trabajo político organizativo (TPO), entre otras actividades (Arciniegas-Londoño y Arcila-Martínez, 2023). Se estima que actualmente este grupo cuenta con aproximadamente 1.800 hombres y mujeres en armas, 2.017 personas en sus redes de apoyo y 116 hombres en sus estructuras urbanas (Saumeth-Cadavid, 2004), lo que lo convierten en una amenaza para la paz y la tranquilidad de los residentes en Colombia.
Otro actor importante del conflicto en Colombia fue el surgimiento de los grupos de autodefensas o paramilitares, de los cuales también se tiene una larga historia vivida frente a este fenómeno, que va de manera paralela a la oscura historia de las guerrillas y su estela de violencia en el país, y es que estos grupos surgen como una aparente reacción a la amenaza que representaba la expansión y la influencia de las FARC y el ELN principalmente, por lo que se estima que este fenómeno tuvo su pico más alto de expansión en el año 2006, llegando a tener 31.000 hombres y mujeres, distribuidos en 37 estructuras. Al momento de la desmovilización en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, entregaron 17.000 armas de fuego (Duque-Daza, 2020).
A partir de 1982, continuaron las tendencias de expansión de la guerrilla, las perturbaciones paramilitares, el narcotráfico, la extracción ilícita de minerales -que causa daños irreparables al medio ambiente-, las reformas democráticas y la crisis de Colombia. El período entre 1996 y 2002 fue testigo de esta tendencia explosiva que se vio exacerbada por el fortalecimiento militar de dichos grupos a lo largo y ancho de la geografía colombiana, generando una crisis nacional desde el punto de vista económico, la reconfiguración del narcotráfico y el reposicionado de este. En este punto, el conflicto armado se sitúa en su peor momento (Grupo de Memoria Histórica, 2013).
Después de revisar de manera preliminar y resumida el contexto de violencia en Colombia, desatado por las FARC, el ELN y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), es preciso señalar que existe un fenómeno que se convirtió en el común denominador de los grupos ilegales y que se llama narcotráfico, pues esta actividad criminal e ilícita ha significado el oxígeno y el combustible de la mayoría de las organizaciones al margen de la ley, las cuales tuvieron y tienen aún como característica que sus centros de operaciones y áreas estratégicas de influencia, están localizadas sobre territorios con cultivos ilícitos y economías ilegales. El narcotráfico ha sido un cáncer para la sociedad colombiana frente a problemas asociados con la violencia, así como un elemento dinamizador del conflicto interno en el país.
Esta radiografía histórica y rápida del conflicto interno colombiano es compleja de medir y explicar; sin embargo, aporta gran significado para comprender los avances en materia de paz y gestión de conflictos en este país. Ante la carencia en Colombia de un ambiente de paz en el último siglo, surgen algunas reflexiones que han sido objeto de análisis por diversas entidades públicas y privadas, sectores académicos, centros de pensamiento, analistas del conflicto armado, así como de los propios organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales, referente a los avances en esta temática.
Desde esta perspectiva, se considera el proceso de negociación y desmovilización con la guerrilla de las FARC como un examen adicional a la creencia de si los colombianos son violentos por naturaleza, o si, por el contrario, la extensa línea de tiempo de confrontación bipartidista política, conflictos internos y violencia desatada por grupos armados ilegales, cuya génesis proviene de diferentes partes de la sociedad, han cimentado una historia caracterizada bajo el paradigma que la resolución de los conflictos y las diferencias se resuelven a través de la violencia; contexto, que desafortunadamente ha sido una realidad para las últimas generaciones en Colombia. En este mismo sentido, la intolerancia y la violencia de una u otra forma ha influenciado en la cultura, la política y hasta la propia estructura formativa de los colombianos, lo que indudablemente ha logrado permear y afectar negativamente los principios éticos y morales de la sociedad como colectivo, en el marco de un círculo vicioso que hasta el momento no ha tenido interrupción.
Cultura de paz en Colombia: retos y avances en un contexto de violencia prolongada
Estudiosos y analistas del conflicto colombiano han coincidido en que la ausencia y debilidad del Estado en los territorios han contribuido a la configuración de espacios institucionales y sociales proclives a la intolerancia y la violencia como mecanismo de resolución de conflictos, situación que ha facilitado a su vez que se arraiguen prácticas contrarias a los valores y principios democráticos, en contraste al deber ser, de resolver los conflictos mediante el diálogo, la deliberación y el respeto mutuo (Grupo de Memoria Histórica. 2013).
Las razones existentes que de una u otra forma han sido elementos catalizadores del conflicto en Colombia son muchas: desigualdad rural, la falta de educación, el abandono estatal a las regiones apartadas, la pobreza extrema, la desigualdad social, la falta de servicios de salud y, de manera especial, la ausencia de oportunidades laborales para los jóvenes, quienes al no tener un horizonte claro para desarrollar un proyecto de vida, ven en los grupos al margen de la ley una aparente forma de vida, cayendo en el mundo de la criminalidad (Downing, 2014; Gaviria-Mesa et al., 2018).
En el marco de esta realidad, resulta pertinente reiterar que un problema generalizado en la sociedad colombiana tiene que ver con la intolerancia, siendo este uno de los factores que influye de manera importante en la vida cotidiana de la población. Sumado a esto, la dificultad que se tiene para solucionar los conflictos de forma pacífica hacen una mezcla toxica y compleja en la que dicha forma de actuar se ha vuelto tan normal en todos los niveles de la sociedad, que se ha creado una especie de prototipos comportamentales, convirtiéndose en cierto sentido en una especie de modelo de actuación que ha hecho carrera en la cultura colombiana y que, por su puesto, corresponde a procesos con incidencia en la idiosincrasia de la sociedad.
Con base en lo antes dicho, y de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura [UNESCO] (2015), se pueden delinear algunos puntos para la gestión de la cultura de paz: 1) aprender a conocer al otro como forma de comprensión; 2) aprender a hacer el bien, traducido como la forma de colaborar en el entorno; 3) aprender a vivir juntos, entendido como la forma de participar y cooperar en todas las actividades humanas y, 4) aprender a ser, entendido como el progreso esencial de participar en los tres aprendizajes anteriores. Desde esta perspectiva, hay que comprender que el concepto de paz ha estado en constante evolución; no sólo ha incluido lo referente a las guerras entre países o grupos, sino también aterrizó a la violencia en los hogares (Pérez-Sauceda, 2015).
Según las teorías modernas desarrolladas por Johan Galtung (1930-2024)[2], la contraposición de la paz no es la guerra, sino la violencia, de ahí que cuando se trate de entender lo que es la paz, debemos comenzar por el estado de ausencia o disminución de todo tipo de violencia, tanto directa (física y verbal), así como estructural o cultural (Díaz et al., 2005). Se entiende entonces que se trata de un concepto muy importante que permite analizar más profundamente la grandeza y la amplitud de la cultura de paz, que trasciende claramente del significado de los grupos armados, los procesos de negociación, el desarme y la desmovilización, las bandas criminales, el crimen, las disidencias, la explotación infantil, entre otros aspectos.
Así, puede decirse que la cultura de paz forma parte de un estado psicológico que irradia desde el núcleo de la sociedad (la familia), evita cualquier forma de violencia física o verbal y está inmersa en diversos entornos y contextos sociales, como el proceso de formación de los jóvenes en las instituciones educativas y, por supuesto, hace parte de la estructura y la cultura de la sociedad en su conjunto. Por tanto, desde el Ministerio de Educación Nacional, se han hecho las gestiones necesarias con la iniciativa de cátedra de paz, con la que se busca promover la construcción de la paz y generar espacios de reconciliación en Colombia (Páez-Cubides, 2023).
Análogamente, el 6 de octubre de 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó un documento en el que declara y programa diferentes acciones sobre la cultura de paz que deben adoptar los países miembros, las organizaciones internacionales y la sociedad civil, e invita a emprender actividades para promover e impulsar esta cultura en beneficio de los pueblos del mundo; también, reconoce que la paz no es sólo la ausencia de conflictos, sino que también requiere un proceso activo, dinámico y participativo que promueva el diálogo y la resolución de conflictos en un espíritu de entendimiento y cooperación mutuos. (Resolución 53/243, 1999). De igual forma, el texto de las Naciones Unidas reconoce que para lograr esta cultura se requieren el desarrollo de valores, actitudes, comportamientos y estilos de vida que sean propensos al fomento de la paz, tanto individual, como entre las naciones (Pérez-Sauceda, 2015).
Si bien es cierto que Colombia ha logrado “éxitos históricos” en los proceso de negociación, desarme y desmovilización de los grupos armados, la experiencia con la cultura de paz y el manejo del nuevo conflicto no ha sido muy favorable, pues existen claras deficiencias educativas que han llevado a sentar las bases para un verdadero cambio en la cultura de paz, que debe comenzar con esfuerzos conjuntos para lograr la primera infancia y comenzar con la enseñanza en escuelas y universidades como un proceso a corto, mediano y largo plazo, que incluye una inversión educativa para despertar principios morales y valores éticos en la juventud colombiana.
Educación y cultura de paz: retos para transformar la sociedad colombiana
Así pues, los diferentes niveles de enseñanza (básica, secundaria y superior) siguen siendo el principal escenario de formación y difusión, ayudando a los estudiantes a configurar su presencia y, en algunos casos, a construir integralmente su imaginación, sus aptitudes, su realidad y su subjetividad (Baquero-Rodríguez y Ariza-Landínez, 2014). Es allí donde se crean las diferentes dinámicas de interacción y convivencia establecidas por la sociedad, la familia y el individuo mismo, de ahí que el proceso formativo de la escuela resulta siendo fundamental en el individuo para el desempeño de la persona en la construcción de una sociedad basada en el respeto, la tolerancia, la paz y la integración de todos los ciudadanos (Carvajal y Acebedo, 2019).
Otro aspecto a tener en cuenta es que desafortunadamente la sociedad actual, de manera consciente o inconsciente, valida diversos comportamientos y actitudes que interfieren en los valores éticos y morales, en donde terminan por favorecer actos de intolerancia como fuente principal de la violencia en cualquiera de sus expresiones, por lo que no es cierto que el colombiano sea por naturaleza violento, sino que su comportamiento se ve contagiado en el ámbito familiar, escolar y social, donde existe una cultura permisiva que no recrimina de manera contundente los actos que contravienen la ética, la moral y el respecto, por lo que ante este contexto sociocultural se hace necesario fortalecer los procesos educativos que impacten de manera efectiva en la creación de valores, desmontando el paradigma tradicional del “todo vale” y, a su vez, fijando líneas rojas, las cuales el individuo como ciudadano no puede transgredir; en términos generales, sería tener de por medio el respeto ante toda actuación. Algo significativo para comenzar, aunado al tema tratado, sería hablar del respeto por el medio ambiente, lo que va directamente ligado a la construcción y consolidación de la paz (Carrizosa, 2018).
En consecuencia, la génisis de la violencia tiene sus raíces socioculturales en la falta de comprensión y tolerancia, de aprender a respetar el pensamiento de las demás personas y a resolver las diferencias a través del diálogo y la concertación; de ahí han surgido los conflictos ya descritos en la sociedad colombiana, que terminan visualizándose de manera mucho más notoria en el surgimiento de grupos armados ilegales, pero que en realidad es un tema que pasa por lo cultural y que incluye, por supuesto, la educación familiar, básica, media y superior (Cortés-Zambrano, 2016).
Ante este panorama, los medios de comunicación juegan un papel relevante en cuanto a crear o no cultura de paz, en el marco de una sociedad colombiana que ha heredado costumbres y tradiciones de intolerancia arraigadas; es por esta razón que se observan con preocupación series dentro de la parrilla de programación audiovisual con contenidos cargados de historias de violencia, que de una u otra forma les resulta haciendo apología a delitos como el narcotráfico, el porte ilegal de armas, conformación de grupos armados y bandas delincuenciales, entre otros, en donde evidentemente se generan réditos comerciales por rating, en detrimento de principios éticos y morales que deben regir la sociedad, so pretexto por parte de los responsables de dichos contenidos que las series tienen un fin pedagógico y de generar conciencia en la sociedad, insistiendo que en la realidad y en la práctica el mensaje es contrario al propósito de generar una cambio sociocultural de insertar cultura de paz y avanzar en la gestión de los conflictos (Fisas-Armengol, 1998).
Este podría considerarse uno de los motivos por los cuales en Colombia, suele confundirse, en buena parte de la población un proceso de desmovilización y desarme de un grupo armado ilegal, con el goce pleno y el alcance de un estado utópico de paz; de ahí que la ciudadanía se sienta defraudada y engañada con los diversos procesos de paz que han culminado con la desmovilización de grupos al margen de la ley, como las FARC, considerando que por un lado se percibe el entusiasmo de dar un paso significativo en la pacificación del país, pero de manera paralela, y en contraste, se siguen registrado hechos de violencia generados por grupos armados que originan un desaliento social y que resulta contradictorio en la percepción del mensaje de los avances en cuanto a cultura de paz, y que en la realidad resulta siendo un concepto difícil de cuantificar, cuando en realidad lo que se quiere es realizar un buen diagnóstico como estrategia en la mediación de los conflictos de cualquier índole (Gallardo-Macas et al., 2018).
Para Rojas-Robles (2018), la paz también supone rechazar cualquier forma de violencia, por lo que se debe interiorizar culturalmente en la persona el concepto integral de ambiente, postacuerdo y cultura de paz, relacionando estos cambios conceptuales a los paradigmas comportamentales que ha tenido en su estructura formativa, con el fin de aplicar métodos y procesos para la solución de problemas, que también debe involucrar al medio ambiente como víctima del conflicto (Cuadros-Blanco y Ramírez-Narváez, 2023). Un desafío muy interesante para la consolidación de la paz sería el pleno reconocimiento de la violencia de género que dejaron las confrontaciones, principalmente contra la mujer (Chávez-Torres y Añaños-Bedriñana, 2018).
De igual forma, la construcción de una cultura de paz es un proceso lento que incluye el cambio de mentalidad individual y colectiva en el que, como ya se mencionó, la educación tiene un papel fundamental en la evolución del pensamiento en todos los segmentos de la sociedad, comenzando por los docentes, quienes deben emplear los elementos necesarios para que desde la escuela se comience a hablar de la construcción de la paz y, por consiguiente, se rechace toda forma de violencia como recurso para la solución de los conflictos, por más mínimos que sean (Gutiérrez-Torres y Buitrago-Velandia, 2019).
Conclusiones
La inversión en I+D+i en el ámbito militar es clave para enfrentar los desafíos. Reflexionar sobre el proceso de negociación y desmovilización con la guerrilla de las FARC permite comprender situaciones relacionadas con una cultura de paz y la gestión de conflictos; lo que se hizo desde el abordaje del conflicto armado, los procesos de paz anteriores, la influencia de los grupos armados organizados y el narcotráfico, donde el fenómeno de la violencia, profundamente arraigado en la historia reciente del país, ha afectado significativamente la configuración de una cultura de paz, influenciando el comportamiento individual en los ámbitos familiar, escolar y social, impactando en una cultura permisiva que no sanciona de manera ejemplar las acciones contrarias a los principios éticos y morales.
Es por ello por lo que la solución estructural para la consolidación de una cultura de paz trasciende la desmovilización y el desarme de los grupos armados, exigiendo un cambio profundo en las dinámicas sociales que permita la instauración de una cultura basada en valores colectivos sólidos y en la promoción de un ambiente de paz estable y duradero. Esto implica romper el círculo en el cual reaparecen nuevos grupos generadores de violencia, posterior a la firma de los acuerdos pactados entre Gobierno e insurgencia.
De este modo, la cultura de paz debe ser concebida como parte integral de la conciencia colectiva, cimentada en el núcleo fundamental de la sociedad: la familia, resultando imprescindible incorporar, implementar y fortalecer un currículo educativo que fomente la cultura de paz en todos los niveles de enseñanza, con el objetivo de consolidar los valores éticos y morales de la sociedad colombiana; cátedra que debe comenzar en los hogares, como primera escuela a cargo de los padres, y acudientes o cuidadores, como primeros profesores.
Por último, aunque la desmovilización de las FARC ha representado un avance significativo hacia la paz en Colombia, persisten desafíos en términos de desarrollo de políticas y estrategias socioculturales que aseguren un cambio sostenible a mediano y largo plazo, toda vez que la construcción de una cultura de paz requiere esfuerzos integrales y sostenidos en el tiempo por parte de todos los sectores de la sociedad. Es propicio cuestionarse sobre qué tan significativo ha sido este proceso para las FARC, Colombia, Latinoamérica y la comunidad internacional, pero principalmente para el ciudadano de a pie.
Declaración de divulgación
Los autores declaran que no existe ningún potencial conflicto de interés relacionado con el artículo.
Financiamiento
Los autores no declaran fuente de financiamiento para la realización de este artículo.
Sobre el/los autor(es)
Alexander Gutiérrez-Quiroga es especialista en Administración de Seguridad de la Universidad Militar Nueva Granada (Colombia), profesional en Relaciones Internacionales y Estudios Políticos de la Universidad Militar Nueva Granada (Colombia).
https://orcid.org/0009-0007-0074-1588 - Contacto: alexanderguti2910@hotmail.com
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[1] Nacido en Bogotá, D. C., el 23 de enero de 1903, conocido como el Caudillo Liberal y uno de los políticos más influyentes en Colombia durante la primera mitad del siglo pasado. De profesión abogado, fue alcalde, ministro, congresista, catedrático y candidato presidencial.
[2] Matemático y sociólogo noruego, considerado como uno de los protagonistas y fundadores de las investigaciones sobre los conflictos sociales y la paz.